EL PECADO, SEGÚN MURENA
Puede que los latinoamericanos hayamos
desarrollado una extraordinaria Capacidad de Olvido. Sólo así se justificaría
la habilidad maradoniana con que solemos gambetear la realidad impuesta, tan
ajena, tan lejana a nosotros mismos. Este artículo aborda
el pensamiento de un escritor y un ser excepcional de estas pampas: Héctor Álvarez
Murena (1923-1975).
Escribe: Miguel Grinberg
Imágenes de Andrés Bestard
Imágenes de Andrés Bestard
APM - número 7
Existe un segundo pecado
original, el desarraigo espiritual, que equivale a una expulsión, no del Edén
sino del presunto Mundo Civilizado, y tal fue la materia prima con que Héctor Álvarez
Murena construyó una visión del ser argentino que conviene evocar a varias décadas de su muerte.
En el año
1965, en un pequeño libro –hoy muy difícil de hallar– publicado por
Sudamericana en su colección Piragua, el autor contaba que en los intelectuales
el más alto promedio de suicidios se daba entre los sudamericanos. Y describía
un anochecer de invierno en que caminaba por un barrio de Buenos Aires, "cuando la noche cae, cuando el don de
la luz solar se retira y se ve a cada criatura marchar rápidamente hasta
desaparecer, como si algo la persiguiera, cuando por fin las calles quedan
desiertas, el barrio, con sus casas chatas, con sus rectos caminos, que parecen
no ofrecer ningún amparo, se revela como el angustiante corazón de esta tierra,
como el desolador símbolo de un mundo destilando la punzante tristeza de girar
encerrado en sí mismo, mudo, prisionero del silencio, sin poder expresar el
sentimiento que lo consume, sin haber conquistado aún ese temblor, ese grito
que se llama espíritu".
El libro
se llamaba El Pecado Original de América,
y su autor –Héctor Alvarez Murena– aceleraría su partida una década después, a
los 52 años, dejando otras obras cruciales como Homo Atomicus y Ensayos sobre
la Subversión.
Como
americano de primera generación, Murena abordó como pocos el tema del
desarraigo espiritual en la vastedad de un continente tergiversado, postergado
y mutilado. Y también, disecaba el afán imitativo que deformaba (y sigue
deformando) la presencia de los argentinos en particular y los latinoamericanos
en general) en un mundo cada día menos singular. Y sin embargo sostenía que
América es una nueva tentativa del hombre para vencer el silencio mundial, para
poblar la tierra inerte de la materia con la viva palabra del espíritu.
Para él,
el "segundo pecado original"
consistía en un desarraigo carente de contenido espiritual y en una vigilia
donde el vacío devoraba las almas. Sostenía que en América no se ha logrado
formar comunidades, sino sólo conglomerados, "bancos coralíferos de hombres" sin nada espiritual en
común, donde la inseguridad profunda y la conciencia anormalmente aguda de la
precariedad son agentes corrosivos que suscitan todo un sistema ético negativo
–visible o pronto a aflorar en cualquier momento– cuyos atributos son la avidez
desmesurada, la ostentación, las diferencias sociales vertiginosas, el falso
refinamiento, la barbarie, el abuso, la ironía, la pasividad y la desconfianza.
"Americano de primera generación, el estupor inicial
de abrir los ojos ante un panorama ajeno a mi sangre no deja de repetirse en mí
día tras día", dijo cuando se producía esa segunda reedición de su
libro, tras haberse agotado mucho antes la publicación original. "América es una presencia en mí en la
medida en que soy americano, pero acaso aun más en la medida en que no lo soy.
Esto explica en cierta forma el hecho de que mis primeras obsesiones, mis
primeros escritos tratasen sobre América. No sólo representaba ésta la
particular situación histórica y geográfica que me había sido dada –junto con
muchos otros– para librar esa ambigua batalla que se conoce como vida o
destino, sino que además me planteaba a mí en particular –aunque también junto
con muchos otros– la impostergable necesidad de convertir en un mundo que
viviese en mi alma, ese mundo que en gran parte se alzaba como un recinto en el
que mi alma estaba prisionera".
La
materia prima con que Murena elaboró El
Pecado Original de América surgía de ese tipo de angustias personales y del
análisis de la vida y obsesiones de otros escritores. Edgar Allan Poe le
permitía analizar el parricidio o la matanza de los padres. En Horacio Quiroga
y Roberto Arlt se daba el sacrificio del intelecto. Ezequiel Martínez Estrada
brindaba una lección a los desposeídos, mientras Florencio Sánchez libraba una
titánica batalla contra el silencio.
Remarcaba: "En
unas décadas, sucesión impresionante de golpes de estado, caos, miseria
incipiente: prueba de la índole americana de la Argentina , que se hace
potente en sus negatividades por la soberbia de una comunidad que se empeñó en
creer en las apariencias, que desatendió así los riesgos de su situación
original. Y entre tales apariencias debe incluirse la piel. Porque el mestizaje
americano –que en algunos países asume la forma racial– es de orden mental,
espiritual. Este mestizaje surge del enfrentamiento de las criaturas con un
ambiente histórico extraño al que les era habitual. Afecta tanto a los
indígenas como a los recién llegados de Europa, o Asia: es indiferente del
color de la piel, la raza. Por esa razón, por ser el mestizaje americano de
orden mental, los problemas americanos suelen darse en la Argentina mucho antes
que en los otros países de América, y a veces con mayor intensidad... No
podemos continuar a España, ni podemos continuar a los Incas, o a cualquier
otra cultura indígena que se desee invocar, porque no somos, ni europeos ni
indígenas. Somos europeos desterrados, y nuestra tarea consiste en lograr que
nuestra alma europea se haga con la nueva tierra... América es una nueva
tentativa del hombre para vencer al silencio mundial, para poblar la tierra
inerte de la materia con la viva palabra del espíritu."
Con prosa
sutil y feroz a la vez, Murena declaraba que Roberto Arlt –magistral autor de Los Lanzallamas y Los Siete Locos– había descubierto en sí, y trasmitió a sus
personajes, que los argentinos, los americanos, como los rusos, sienten una
especie de ilegalidad vital, una des- autorización de sus existencias en el
ámbito nacional, como si esa justificación estuviera reservada sólo para el
occidente de Europa, una ilegalidad que se intenta superar con la búsqueda de
la intensidad del sufrimiento, de los apretujones del dolor... "Un nuevo espíritu se paga caro",
afirmaba Murena en la cumbre de sus propias angustias.
Y de
inmediato, con crudeza total, declaraba que "los
americanos somos los parias del mundo, como la hez de la tierra, somos los más
miserables entre los miserables, somos unos desposeídos. Somos unos desposeídos
porque lo hemos dejado todo cuando nos vinimos de Europa o de Asia y lo dejamos
todo porque dejamos la historia. Fuera de la historia, en este nuevo mundo, nos
sentimos solos, abandonados, sentimos el temblor del desamparo fundamental, nos
sentimos desposeídos. Es el primer sentimiento que da la pura condición humana,
es la condición humana misma. Porque precisamente el hombre es esa extrañísima
criatura que no tiene un ser dado y cerrado a todo de antemano, como la piedra,
como el animal que vive en el éxtasis de sus propios seres conclusos, sino un
ser sólo posible, recién iniciado, que debe hacerse a sí mismo. Ni el ser
acabado de la piedra ni el no ser: el hombre es necesidad de ser, sentimiento
de lo que le falta para ser, angustioso sentimiento de desposesión en medio de
un extraño mundo. Con el ser concluido, cerrado, el hombre sería un dios o una
piedra. La humanidad es la angustia de ser posible, sólo posible, es el
sentimiento de lo que se carece para ser, el vértigo de sentir a fondo que no
se es nada: eso somos los americanos, a secas, parias."
Dos
décadas después del dramático mutis por el foro que encaró H. A. Murena (como
él solía firmar), terminamos por fin de caer al fondo del tacho de la historia,
hemos desembocado por fin en la consciencia de ser y estar en América, en la
trastienda de otro pecado, que como el original, significó la expulsión de un
presunto paraíso. Somos al mismo tiempo el conquistador y el conquistado, la
víctima y el verdugo. De nuestra capacidad de parar de comernos los unos a los
otros como caníbales metafóricos, dependerá el porvenir argentino. Es el gran
secreto del guerrero genuino, que consiste en transformar la destrucción del
adversario en un acto de seducción. Y en este caso, en este particular instante
de nuestra historia, conocemos bien al enemigo: somos nosotros mismos.
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