lunes, 18 de marzo de 2013

La Argentina Final


DISYUNTIVAS CRUCIALES EN EL UMBRAL DE UN NUEVO SIGLO: ¿TRAMPOLÍN, TOBOGÁN O RAMPA DE DESPEGUE?
LA ARGENTINA FINAL
Escribe: Miguel Grinberg

Imagen: Andrés Bestard


APM -  ACTUALIDAD PARA MÉDICOS
AÑO V - NÚMERO 34 - MARZO DE 2000



"Creo que actualmente hay dos Argentinas: una en defunción, cuyo cadáver usufructúan cuervos de toda índole que lo rodean, cuervos nacionales e internacionales; y una Argentina como en navidad y crecimiento, que lucha por su destino, y que padecemos orgullosamente los que la amamos como a una hija. El porvenir de esa criatura depende de nosotros y muy particularmente de las nuevas generaciones."


LEOPOLDO MARECHAL
(1900-1970)

Ahora que ya no existe la confrontación Capitalismo versus Comunismo y que el concepto de Globalización domina las transacciones materiales de los hombres de este planeta, todos los desafíos existenciales y éticos del siglo XX –desatendidos y hasta despojados de entidad– hacen crisis y arrastran con ella simultáneamente el ánimo de varias generaciones de argentinos.

Los jóvenes que concluida la Segunda Guerra Mundial (1945) apostaron a la Argentina de Perón, los jóvenes que en 1960 apostaron a la utopía de la violencia del Che Guevara, los jóvenes que durante el ciclo 1966-1983 resistieron el genocida accionar de variadas maquinarias dictatoriales (todos ellos convertidos ahora en veteranos nostálgicos), y los jóvenes de hoy –carcomidos por la virtualidad electrónica y la estupidez multipropalada–, advierten el sobrevuelo de los cuervos y no atinan a asumirse como individuos generadores de realidades diferentes.

No es fácil hacerlo. Los medios monopolistas de incomunicación social, centrados en la distracción y el disimulo al servicio de netos intereses lucrativos para los cuales la gente es un abstracto recurso renovable y que sólo interesa como acumulación de números y estadísticas, multipropalan la confusión bajo el tradicional adagio de "dividir para reinar". Nunca antes, en la Argentina y en el mundo, fue tanta la plenitud posible y –al mismo tiempo– la infelicidad colectiva.

Ya no tiene que ver con la guerra de las ideologías. Es otro tipo de guerra, que impulsa una ronda infinita de almas en subasta y de vocaciones destruidas.

Hay apenas dos tipos de economía: la de la abundancia y la de la escasez. Las remotas épocas de "vacas gordas" en la Argentina facilitaron una ficción de abundancia, porque era tan grande la acumulación de riqueza en círculos oligárquicos, que ello daba margen para la configuración de vastas clases intermedias cuyas migajas caían ampliamente en el plato de los desposeídos, de modo que mal o bien cada cual lograba no caer en el abismo de la miseria, aquella mishiadura que aniquiló a miles de argentinos durante la crisis estructural global de los años 30, y que tan textualmente quedó registrada en la poesía de Enrique Santos Discépolo (1901-1951). Escribió proféticamente: "He pretendido reflejar el momento de locura universal que atravesamos. El mundo marcha a la deriva... Se han roto los diques de la cordura y de la sensatez y la humanidad no encuentra los caminos de la dicha... El mundo inspira terror, el momento es de vértigo, de desorden, de catástrofe. La Tierra está incendiada por sus cuatro costados. Se quiere destruir para reconstruir. Estamos en plena locura..., el hombre mecánico desplaza a la humanidad. Azorado por los prodigios de la mecánica que rige el mundo, que se anticipa al porvenir en fantásticas demostraciones del ingenio humano en un afán demente por conquistar dinero, mi personaje compendia así la suerte de la sociedad futura: los pibes ya nacen por correspondencia y asoman del sobre sabiendo afanar".

Cuando la abundancia, aún la que se reparte injustamente, es reemplazada por la escasez, su administración pública es más salvaje, menos "generosa". Presupone el sacrificio de grandes sectores de la sociedad, en un esquema tipo naufragio, según el cual se vuelve necesario tirar del bote de goma a veinte para que presuntamente se salven cinco. Agravado ello por políticas que dictan contadores disfrazados de economistas, que sólo conocen el negocio de hacer "que las cuentas cierren", y de abogados metidos a dirigentes nacionales cuyo mayor empeño consiste en decidir qué sectores de la comunidad deben ir al matadero.

Administrar la escasez, en tiempos de egocentrismo patológico y de mitomanía retórica, consiste apenas en teñir a los cuervos con colores fluorescentes, para que parezcan inocentes canarios.

Cuando llegaron los conquistadores españoles, en estas pampas chatas o estas estepas patagónicas no existían imperios "precolombinos" de tipo azteca, maya o inca, sino algunas tribus nómades semidesnudas que pueden apreciarse en descoloridas fotos de ya extintos onas o yaganes. Millones de sacrificados inmigrantes que vinieron a "hacer la América" no conocieron jamás la abundancia, pero sí la plenitud del duro trabajo honrado. Hicieron familias, hijos, destinos de los cuales muchos de nosotros somos parte activa en estas épocas de hoy, tan grises, tan mentirosas. Al mismo tiempo, la hipocresía telúrica produjo un tipo de "argentoide" pasatista, cultor de distintas prebendas que antaño se llamaron "la coima, la cuña y el acomodo", propenso a "pararse con un golpe de suerte" en el hipódromo o la quiniela. Puesto que las novelas de Beatriz Guido sobre la "aristocracia" porteña decadente, los libros de Arturo Jauretche sobre el "medio pelo" y los "tilingos", y tantos tangos cuentan esa historia, no viene al caso reproducirla aquí. Propensos a enriquecerse y a disfrutar París, pero nunca a ser parte de la siembra de una Argentina inaugural, "como en navidad", según la imagen que nos dejó Marechal.

Al borde del mítico 2001, cuando se instalará una tripulación permanente en la Estación Espacial Internacional –preámbulo de la colonización de Marte– que construyen Estados Unidos, Rusia, Japón, Canadá, la Agencia Espacial Europea, Italia y Brasil, la Argentina luce como un vetusto navío a la deriva en algún agujero negro del cosmos. Con decenas de millares de argentinos finales que disponen de más datos sobre el arte de jugar al Pokemón o sobre la formación de Los Angeles Lakers, que sobre al arte de vivir honesta e intensamente. Una especie de "chorizo republic" pendiente de fabulosas inversiones extranjeras y de magníficas exportaciones comerciales...

¿Y si tales panaceas se demoran o no llegan a suceder? ¿Acaso nuestro destino será volvernos una nación de mendigos? No lo creo. No lo admito. No lo espero. En cambio, creo que vivimos en una época singular donde la única tarea digna consiste en convertir en realidad ciertas utopías. Somos una legión de desarraigados que todavía buscamos "hacer la América", pero no tomando a ese "hacer" como sinónimo de enriquecimiento veloz y cómodo, sino como disciplina de construcción solidaria.

Hace mucho tiempo, un desarraigado argelino-francés, Albert Camus, premio Nobel de Literatura, escribió: "Verdad es que se trata de una obra sin término. Pero aquí estamos nosotros para continuarla. No creo suficientemente en la razón para adherirme a la idea de progreso ni tampoco en ninguna filosofía de la Historia; pero al menos creo que los hombres nunca dejaron de avanzar en el proceso de adquirir conciencia de su destino. No hemos superado nuestra condición y sin embargo cada vez la conocemos mejor. Sabemos que nos hallamos en una situación contradictoria, pero también que tenemos que rechazar la contradicción y hacer todo lo que sea preciso para reducirla. Nuestro cometido de hombres estriba en hallar aquellas fórmulas capaces de apaciguar la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, para que vuelva a adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo. Por cierto que se trata de un cometido sobrehumano. Pero el caso es que se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres cumplen en muy largo tiempo; he ahí todo".

La Argentina inaugural difícilmente brotará de los cenáculos materialistas de la Capital de la República. Deberá surgir desde el humus, desde el surco, desde las almas recónditas, fuera de los juegos de poder y de gloria. Desde el trasfondo del país donde más que las inversiones y los negocios bursátiles importa que coman los hambrientos y amen los solitarios. Donde sería posible la autosuficiencia alimentaria mediante el simple oficio de volver a hacer que la tierra produzca para el pan de cada día, y no para los negocios de "yuppies" especuladores. Donde se funden nuevos pueblos basados en las tecnologías apropiadas, la agricultura orgánica y las energías renovables. 

Comunidades-granja donde cada cual pueda sacar a luz lo que tiene de mejor, y no como sucede en las metrópolis insensatas, donde todo parece consistir en exteriorizar una vocación de fieras.

Entre la manada y la jauría, ritual masivo tan expandido por aquí, existe otra opción: la del hombre y la mujer empecinados en "angelizar" su ser en el mundo, en cultivar la elevación, no la decadencia. Como decía el poeta santafecino Miguel Brascó: "Primero serán 3, luego 6, después 12, 24, 48, 96, miríadas de mufados de ojos pacíficos, en vías ya de ser ángeles y de procrear ángeles por mero contagio, contacto, impacto y persuasión".

Marechal decía que veía a esta zona del mundo como la capital espiritual del planeta. No se equivocaba. Lo único que falta es empezar a fundarla.


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